viernes, 9 de noviembre de 2007

45 Kilómetros - 90 Minutos



Llevaba seis años trabajando en la costa, seis años soportando más de 15 kilómetros de atasco a la ida y 15 kilómetros a la vuelta. Recurriendo a la paciencia y a la compañía de tertulias políticas radiofónicas. 5 tertulias semanales por la mañana y 5 tertulias semanales por la noche.

Se consolaba pensando que en las grandes capitales tenían que soportar atascos mucho más largos y crueles, incluso sondeó la posibilidad de trabajar en su misma ciudad, pero al final la idea no cuajó.

Por otro lado, le tenía cariño a su ventana sin persianas, que diariamente impedía la visión en el monitor, mal orientado, del ordenador. Tenía unas vistas increíbles y crueles. Crueles sí, diariamente, no eran menos de veinte los tipos que intentaban un buen golpe en el green que estaba justo enfrente de su ventana. Dos hoyos se podían ver desde su ventana, dos hoyos y un montón de guiris pateando el cerro detrás de una pelota blanca.

Aquel jueves el día estuvo estupendo, el teléfono no paraba de sonar, los papeles se empeñaban en acumularse, cada dos por tres el e-mail arruinaba la planificación que se había hecho para la jornada y allí seguían esos personajes británicos jugando y martirizándolo.

19.00 Horas. Por fin. Comenzó a conducir hasta llegar al punto kilometrico en el que, sin remedio, empezaba el atasco. El atasco. Otra vez. 1698 veces atascado en el mismo sitio, con la misma gente, el helicóptero de tráfico regodeándose de todos los atascados, volando de arriba a abajo. En la radio lo mismo de siempre, todos dicen lo mismo, todos cantan lo mismo, le dolía la cabeza y a su derecha, sin poder verlo por la oscuridad de la noche, intuyéndolo, oliéndolo, sintiéndolo, deseándolo: el mar. Otro listo adelantando por el arcén. Y el mar sigue allí.

Salió del coche despacio, lo cerró y empezó a andar, la gente le gritaba: "¿dónde vas chalao?". Él siguió andando hacia el sur. El sonido del claxon de miles de coches era ensordecedor, él andaba. Saltó el quitamiedos y siguió andando, despues de un trecho de un kilómetro, allí estaba el mar. Sin pensárselo, sin desnudarse, ni siquiera se quitó la corbata, empezó a nadar, al sur.
Así siguió y el helicoptero de la DGT no pudo seguir, ni siquiera el de la Guardia Civil. Allí lo dejaron, al final de las aguas jurisdiccionales españolas.
En el periódico, no se decía nada más, se preguntaban que habría sido de aquel tipo normal que un jueves aparcó el coche en mitad de la autovía A7 y decidió ir a dar un paseo.

Hace poco, Paco Lobatón lo encontró, vivía en un pueblo de la costa del Sahara Occidental invadida por Marruecos. Criaba dos cabras y vivía.


1 comentario:

José María dijo...

¿Real, paranoia o deseo?

Porque visto el paralelismo... :)